El pasado viernes 18 de octubre, los alumnos de 2º de
Bachillerato del colegio Cardenal Larraona, entre otros centros, nos
desplazamos al Teatro Gayarre de Pamplona para presenciar la representación
teatral de la obra titulada El nombre de la rosa.
La obra nos hace retroceder en el tiempo, hasta finales de la Edad Media , 1327. El
argumento de la obra se basa en las investigaciones que deben llevar a cabo un
franciscano llamado Guillermo de Baskerville y su discípulo, Adso de Melk, en
una abadía benedictina ubicada en los Alpes italianos, famosa por su
biblioteca. Guillermo debe organizar una reunión entre los delegados del Papa y
los líderes de la orden franciscana, en la que se discutirán temas de la
iglesia. El abad le encarga a Guillermo de Barskerville que investigue las
extrañas muertes que se están dando en la abadía.
Las personas que hayan podido deleitarse con la obra como
yo, se habrán dado cuenta de la cantidad de horas que todos y cada uno de los
actores han tenido que meter para poder transmitirnos exactamente lo que se
buscaba, intriga durante toda la obra y que seamos un personaje más dentro de
la abadía.
Dentro de esas muchas horas me gustaría resaltar una parte
fundamental de la obra y que muy pocas veces nos fijamos en ella, aunque
parezca obvio. Me refiero al código no verbal. Una obra teatral se caracteriza
justamente por eso, se transmite una información de forma física; es decir, los
personajes trabajan mucho los gestos, posturas, señales, imágenes, música…
A
su vez, dentro del lenguaje no verbal de esta obra cabe destacar la kinésica,
es decir, el movimiento facial y corporal de los actores, ya que es la
principal baza que tienen los actores para hacernos comprender bien la obra;
las señales (representación de un referente por un acuerdo social), por
ejemplo, el color negro simboliza oscuridad, intriga, dolor…; y por último pero
no menos importante, la música. Con ella, dentro de la misma escena teatral,
podemos sentir diferentes cosas solo con escuchar dos tipos de música distinta.
En la obra, la mayoría del tiempo podíamos escuchar música intrigante con
ciertos toques de miedo y dolor, con la que podíamos hacernos una idea del
sufrimiento y de la maldad que se
encerraba dentro de esa abadía.
No
debemos olvidar nunca que el código no verbal, en el caso de una obra teatral,
es igual o más importante que el código verbal.
Me
gustaría concluir dando las gracias a toda la compañía teatral que hizo posible
que pudiéramos acudir a ver la representación de la obra. En resumen, destacar
el esfuerzo y el mérito tanto de los actores como del director.
Eduardo Fernández Gil
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